Nuestro capellán Francisco Herrera nos cuenta una anécdota de san Alberto Hurtado en que la humildad vence a la soberbia y el orgullo.
Cuanto daño hacen en la persona, la familia, nuestro colegio y la sociedad un corazón orgulloso.
Por eso el Señor, dice la Escritura, resiste al soberbio y da su gracia al humilde. El soberbio se cierra en sí mismo, no se abre a Dios ni al prójimo, mientras que la humildad nos abre el corazón y abre las puertas al prójimo. Es ahí donde Dios puede actuar y derramar sus gracias, haciendo maravillas.
Pidamos la docilidad del Espíritu Santo, y así podamos agrandar nuestra persona siendo cada día más humilde.
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